Nunca he tenido imaginación. O mejor dicho: nunca he tenido imaginación gráfica.
Si por ejemplo quiero imaginar una nube, puedo cerrar los ojos y pensar en ella, pero mi concentración no traspasa ni va más allá del velo negro, sólo puedo suponer que imagino una nube: eso no llega ni a un concepto visual de la nube, y ya ni tan siquiera a la reminiscencia que tengo de una nube, aunque cabe decir que lo que me haya hecho sentir en su relatividad, o lo que viví, sí está ahí (por ahora no juzgaré la trascendencia y/o aceptación de esa realidad).
Creo que nadie tiene la capacidad (en un estado consciente) de imaginar algo (espero no se me tome a mal): siempre se está recordando por suposición, por pensar que es así como el resto de la gente o hasta uno mismo piensa e imagina, o por el recuerdo (sólido, individual, de corto impacto y tiempo) compaginado en uno mismo según el estado de conciencia que se posee o se poseyó (un decir: cuando se está ebrio se tiene una capacidad distinta para recordar que cuando se esta sobrio, eso nada más por citar un par de variables), o quizás por empatía, en este caso: la empatía transmitida por asociación y por sentimiento.
¿Qué lugar tiene el sueño en este proceso?... soñamos en colores, y mediante ello vamos sintiendo la transmisión de una forma vívida de imaginación, y es ahí quizás de donde se desprendió el hecho de imaginar: cómo sería imaginar durante los estados de vigilia. Pero eso sigue siendo un concepto erróneo de lo que quiere ser, no aclarado en su magnitud ni en su generalidad (ya no diré importancia).
¿Es eso importante, si al final cada quien sabe qué y cómo lo imagina (o lo que quiere imaginar y para qué propósito)?... por ahí debí haber comenzado esta vez, evaluando la valía de la capacidad para imaginar y con ello recordar (y la lógica en ello, porque si uno va a imaginar una serie de recuerdos en acción, ¿no sería mejor imaginarlos a conveniencia, por tratarse únicamente de imágenes en movimiento sin una ética?), si es que eso tiene un objetivo dentro de la normalidad, o si sólo se practica por simpatía, por nostalgia, por reminiscencia. A esta altura del párrafo es evidente que la pregunta la he contestado para mí mismo: sí lo es.
Asociando. Vivir podría ser un estado mental de absoluta concentración e imaginación, porque así como los astros del universo son un fiel retrato de las conexiones nerviosas (y otros) en nuestro cerebro, entonces podría ser que un todo sea parte de un algo más pequeño o más grande a imagen y semejanza, es decir, un infinito de cosas parecidas aunque definidas imaginariamente, sin que se les pueda determinar con matemáticas, graficidad, lógica, quizás sólo proyecciones de alguno de esos misterios no resueltos del Universo, como un claro donde hay una tregua entre impresionismo y expresionismo, si es que algo así existe.
Lo que está fuera de comprensión no debería ser algo que nos concierna, pero nos concierne y ya, y en esa simultaneidad nos quedamos varados, sea para soñar, sea para entristecernos. Lo cierto será, que de otro modo, una vida aparejada (feliz, me atrevería a decir), imaginariamente sería sólo una reminiscencia de una idea concebida de lo que es estar completos, felices, en paz (tao), y sería hoy o ayer o nunca o siempre, por principio de males y bienes, un estandarte de lo que somos. Y de lo que no somos.
Imaginar, asociar, recordar, escribir... son al final un acopio de recursos que no debemos escatimar, porque la memoria (cerebro) falla, pero también es el engrane más auténtico para procesar todas las materias primas en ese único proceso: la reminiscencia de aquello que, por voluntad, queremos atesorar, recordar, por extenuante que ello resulte. Las escaleras siempre pueden tener un escalón más, o un escalón menos, imagínese cuánta locura puede caber en eso.
Si por ejemplo quiero imaginar una nube, puedo cerrar los ojos y pensar en ella, pero mi concentración no traspasa ni va más allá del velo negro, sólo puedo suponer que imagino una nube: eso no llega ni a un concepto visual de la nube, y ya ni tan siquiera a la reminiscencia que tengo de una nube, aunque cabe decir que lo que me haya hecho sentir en su relatividad, o lo que viví, sí está ahí (por ahora no juzgaré la trascendencia y/o aceptación de esa realidad).
Creo que nadie tiene la capacidad (en un estado consciente) de imaginar algo (espero no se me tome a mal): siempre se está recordando por suposición, por pensar que es así como el resto de la gente o hasta uno mismo piensa e imagina, o por el recuerdo (sólido, individual, de corto impacto y tiempo) compaginado en uno mismo según el estado de conciencia que se posee o se poseyó (un decir: cuando se está ebrio se tiene una capacidad distinta para recordar que cuando se esta sobrio, eso nada más por citar un par de variables), o quizás por empatía, en este caso: la empatía transmitida por asociación y por sentimiento.
¿Qué lugar tiene el sueño en este proceso?... soñamos en colores, y mediante ello vamos sintiendo la transmisión de una forma vívida de imaginación, y es ahí quizás de donde se desprendió el hecho de imaginar: cómo sería imaginar durante los estados de vigilia. Pero eso sigue siendo un concepto erróneo de lo que quiere ser, no aclarado en su magnitud ni en su generalidad (ya no diré importancia).
¿Es eso importante, si al final cada quien sabe qué y cómo lo imagina (o lo que quiere imaginar y para qué propósito)?... por ahí debí haber comenzado esta vez, evaluando la valía de la capacidad para imaginar y con ello recordar (y la lógica en ello, porque si uno va a imaginar una serie de recuerdos en acción, ¿no sería mejor imaginarlos a conveniencia, por tratarse únicamente de imágenes en movimiento sin una ética?), si es que eso tiene un objetivo dentro de la normalidad, o si sólo se practica por simpatía, por nostalgia, por reminiscencia. A esta altura del párrafo es evidente que la pregunta la he contestado para mí mismo: sí lo es.
Asociando. Vivir podría ser un estado mental de absoluta concentración e imaginación, porque así como los astros del universo son un fiel retrato de las conexiones nerviosas (y otros) en nuestro cerebro, entonces podría ser que un todo sea parte de un algo más pequeño o más grande a imagen y semejanza, es decir, un infinito de cosas parecidas aunque definidas imaginariamente, sin que se les pueda determinar con matemáticas, graficidad, lógica, quizás sólo proyecciones de alguno de esos misterios no resueltos del Universo, como un claro donde hay una tregua entre impresionismo y expresionismo, si es que algo así existe.
Lo que está fuera de comprensión no debería ser algo que nos concierna, pero nos concierne y ya, y en esa simultaneidad nos quedamos varados, sea para soñar, sea para entristecernos. Lo cierto será, que de otro modo, una vida aparejada (feliz, me atrevería a decir), imaginariamente sería sólo una reminiscencia de una idea concebida de lo que es estar completos, felices, en paz (tao), y sería hoy o ayer o nunca o siempre, por principio de males y bienes, un estandarte de lo que somos. Y de lo que no somos.
Imaginar, asociar, recordar, escribir... son al final un acopio de recursos que no debemos escatimar, porque la memoria (cerebro) falla, pero también es el engrane más auténtico para procesar todas las materias primas en ese único proceso: la reminiscencia de aquello que, por voluntad, queremos atesorar, recordar, por extenuante que ello resulte. Las escaleras siempre pueden tener un escalón más, o un escalón menos, imagínese cuánta locura puede caber en eso.
"Giving your thoughts words encourages clarity"
Ocean in a shell