Ciertamente las cosas tienen un valor por lo que representan, y/o por la función que desempeñan, así como la eficacia, calidad, propósito, con los que se ejecutan y redimen dichas cualidades.
Pero hay algo que asimismo no es comúnmente medible en este proceso fenomenal (me atrevería a decir que nula o rara vez es así, ya que se ha cumplido un propósito de modo óptimo o no): su sintonía.
Un ejemplo específico, en corto, burdo, es: una película de reciente estreno siendo proyectada en televisión abierta en horario estelar.
Me ocurría pensar, cuando niño, que si bien la película a proyectarse ya estaba en casa en formato de disco, lo importante para mi, era que esa película sería sintonizada en muchos televisores al mismo tiempo, habiendo una oportunidad mayor de que la niña que me gustaba la estuviera viendo en su casa, de tal suerte que ambos tendríamos un punto en común, un sentimiento afín, y que al día siguiente podríamos tener mayores esperanzas de poner tener una charla al respecto, un punto de sintonía entre nosotros, una comunión.
Así pues, que importaba si la película proyectada había sido un éxito comercial o no, si la trama era interesante o no, o si había ganado algún premio: el verdadero valor era que había creado una conexión entre pensamientos de modo arbitrario, con probabilidades de hacer coincidir ideas, gente, u otros elementos de juicio habidos en el mundo.
Hablo de coincidir porque muchas de las coincidencias en la vida no son analizadas con absoluta seriedad, en base a sus probabilidades/posibilidades, sino que parecen producto de una corazonada, de una sintonía subjetiva en base a una telepatía no explicada, y mucho menos comprobada.
Mudando el ejemplo, y para hablar de las excepciones donde si se aplica la regla (si tal es el caso), sí hay formas en las que hoy en día se ha buscado sacar provecho, o a la luz, esta sintonía (hablando de consumo), una de estas formas es la nostalgia.
Por nostalgia se nos venden millones de cosas que, aceptémoslo, pueden ser el molde exacto de algo que existió en el pasado, pero lo verdaderamente valioso es el influjo que tales objetos tienen en nosotros para sintonizarnos con tal pasado. Entrañamos el objeto. Pero también sus cicatrices, que son parte de los elementos que conforman la calidad de la sintonía.
Si bien hay tribus que hacen uso de, por ejemplo, copales, hongos, y otras sustancias alucinógenas para sumergir la mente en estados no solo de conciencia allende la realidad, sino para hacer más vívidas algunas sintonías con el pasado, son a final de cuentas formas elaboradas (que caen en tela de juicio al mismo tiempo, éticamente hablando), algunas de ellas amparadas en el marketing (nostalgia) para acercarnos al pasado. Viable hasta lo posible en ese propósito, desde luego. El hipnotismo sería otro ejemplo, que para no hacer esta entrada complicada, sólo quedara en un ejemplo citado como tal.
El poder del pasado (con su mala o buena reputación a conveniencia) y su influjo, va ligado a la forma en cómo se busca sintonizarle en el presente. Los recuerdos y pruebas del pasado, desde un punto de vista de realismo crítico, tendrán mayor contundencia si son testificables desde alguno o algunos de los sentidos. Esto quiere decir, a forma de ejemplo, que una carta recibida, al ser releída, nos permitirá comprobar de nueva forma un sentimiento habido en el pasado, el cual podría ser diferente si no se hubiera tenido dicha carta, y pedirle a la memoria que nos recite las palabras que no quedaron escritas, podría generarnos una omisión de alguna clase, teniendo como resultado una sintonía errónea o ligeramente diferente, por muy concreta y fidedigna que se crea que se esté sintiendo cuando hay una carta de por medio.
Con ello no quiero decir que hay que hacerse de todo tipo de objetos y recuerdos con la mayor contundencia posible (ni tampoco que hay que desdeñarlos), porque paradójicamente y de nueva cuenta, el valor intrínseco y extrínseco de dichos objetos no es lo importante, sino la sintonía, el eco, la vibración con la parte pensante, consciente, o inconsciente en nosotros, y he ahí el valor irrepetible de dicha sintonía (condicionada, como ya es evidente, por el tiempo mismo). Amén decir que coleccionar objetos en el presente con el afán de que en el futuro nos brinden una mejor sintonía del pasado, resulta ilógico, por querer vivir el futuro desde un recuerdo construido en el presente, cuando ya sea pasado. Eso se parece a la egolatría, y como lo mencioné en la entrada sobre el pasado, presente, y futuro, quizás los que somos aferrados al pasado, en realidad estamos siendo aferrados al futuro, que en nuestra cabeza queda erigido en base a los cimientos del pasado. Paradojas y contrariedades.
Con todo esto quiero decir, tomando como punto factual (por amor a la discusión, siendo esto cuestionable desde luego), un eje sobre el que se sostiene la filosofía del realismo crítico: la comprobación de la realidad mediante el uso de los sentidos (spoiler: el sentido del olfato es tentativamente el mejor de los sentidos para sintonizarnos con sentimientos y tiempos, para recordar).
Si en toda esta entrada se me permite algo de doctrina (que tanto detesto), sería la de mejor apreciar los objetos y la gente por la sintonía que nos brinden con las partes más vivas, pensantes, nobles, en consonancia con uno mismo (sea en proyección con el pasado, presente, o futuro), relegando a segundo o tercer planos sus valores intrínsecos (los de forma y calidad, expresados en el primer ejemplo, sobre la película).
Comprendo que resultará molesto y de muy poco progreso para algunos, el pensar por ejemplo que una persona que ha perdido a un ser querido busque reemplazarla por alguien que se le parezca (lo sé: parece deshonroso y un insulto a la memoria de la persona ausente), pero de nueva cuenta, por amor al debate, por qué habría de ser ello no ideal, cuando el mundo de las ideas se mueve en planos metafísicos, algunos repetibles y otros irrepetibles, ocultos o altamente elocuentes y visibles.
Para finalizar, como esta entrada versa sobre sintonizar, y sintonizar versa, mayormente en esta entrada, sobre rememorar y recordar/vivir (cohabitando con las paradojas), me despido con una cita textual de Ernesto Sábato, porque "ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, o por qué...".
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"Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué habría de serme tan difícil?"
– Herman Hesse
Pero hay algo que asimismo no es comúnmente medible en este proceso fenomenal (me atrevería a decir que nula o rara vez es así, ya que se ha cumplido un propósito de modo óptimo o no): su sintonía.
Un ejemplo específico, en corto, burdo, es: una película de reciente estreno siendo proyectada en televisión abierta en horario estelar.
Me ocurría pensar, cuando niño, que si bien la película a proyectarse ya estaba en casa en formato de disco, lo importante para mi, era que esa película sería sintonizada en muchos televisores al mismo tiempo, habiendo una oportunidad mayor de que la niña que me gustaba la estuviera viendo en su casa, de tal suerte que ambos tendríamos un punto en común, un sentimiento afín, y que al día siguiente podríamos tener mayores esperanzas de poner tener una charla al respecto, un punto de sintonía entre nosotros, una comunión.
Así pues, que importaba si la película proyectada había sido un éxito comercial o no, si la trama era interesante o no, o si había ganado algún premio: el verdadero valor era que había creado una conexión entre pensamientos de modo arbitrario, con probabilidades de hacer coincidir ideas, gente, u otros elementos de juicio habidos en el mundo.
Hablo de coincidir porque muchas de las coincidencias en la vida no son analizadas con absoluta seriedad, en base a sus probabilidades/posibilidades, sino que parecen producto de una corazonada, de una sintonía subjetiva en base a una telepatía no explicada, y mucho menos comprobada.
Mudando el ejemplo, y para hablar de las excepciones donde si se aplica la regla (si tal es el caso), sí hay formas en las que hoy en día se ha buscado sacar provecho, o a la luz, esta sintonía (hablando de consumo), una de estas formas es la nostalgia.
Por nostalgia se nos venden millones de cosas que, aceptémoslo, pueden ser el molde exacto de algo que existió en el pasado, pero lo verdaderamente valioso es el influjo que tales objetos tienen en nosotros para sintonizarnos con tal pasado. Entrañamos el objeto. Pero también sus cicatrices, que son parte de los elementos que conforman la calidad de la sintonía.
Si bien hay tribus que hacen uso de, por ejemplo, copales, hongos, y otras sustancias alucinógenas para sumergir la mente en estados no solo de conciencia allende la realidad, sino para hacer más vívidas algunas sintonías con el pasado, son a final de cuentas formas elaboradas (que caen en tela de juicio al mismo tiempo, éticamente hablando), algunas de ellas amparadas en el marketing (nostalgia) para acercarnos al pasado. Viable hasta lo posible en ese propósito, desde luego. El hipnotismo sería otro ejemplo, que para no hacer esta entrada complicada, sólo quedara en un ejemplo citado como tal.
El poder del pasado (con su mala o buena reputación a conveniencia) y su influjo, va ligado a la forma en cómo se busca sintonizarle en el presente. Los recuerdos y pruebas del pasado, desde un punto de vista de realismo crítico, tendrán mayor contundencia si son testificables desde alguno o algunos de los sentidos. Esto quiere decir, a forma de ejemplo, que una carta recibida, al ser releída, nos permitirá comprobar de nueva forma un sentimiento habido en el pasado, el cual podría ser diferente si no se hubiera tenido dicha carta, y pedirle a la memoria que nos recite las palabras que no quedaron escritas, podría generarnos una omisión de alguna clase, teniendo como resultado una sintonía errónea o ligeramente diferente, por muy concreta y fidedigna que se crea que se esté sintiendo cuando hay una carta de por medio.
Con ello no quiero decir que hay que hacerse de todo tipo de objetos y recuerdos con la mayor contundencia posible (ni tampoco que hay que desdeñarlos), porque paradójicamente y de nueva cuenta, el valor intrínseco y extrínseco de dichos objetos no es lo importante, sino la sintonía, el eco, la vibración con la parte pensante, consciente, o inconsciente en nosotros, y he ahí el valor irrepetible de dicha sintonía (condicionada, como ya es evidente, por el tiempo mismo). Amén decir que coleccionar objetos en el presente con el afán de que en el futuro nos brinden una mejor sintonía del pasado, resulta ilógico, por querer vivir el futuro desde un recuerdo construido en el presente, cuando ya sea pasado. Eso se parece a la egolatría, y como lo mencioné en la entrada sobre el pasado, presente, y futuro, quizás los que somos aferrados al pasado, en realidad estamos siendo aferrados al futuro, que en nuestra cabeza queda erigido en base a los cimientos del pasado. Paradojas y contrariedades.
Con todo esto quiero decir, tomando como punto factual (por amor a la discusión, siendo esto cuestionable desde luego), un eje sobre el que se sostiene la filosofía del realismo crítico: la comprobación de la realidad mediante el uso de los sentidos (spoiler: el sentido del olfato es tentativamente el mejor de los sentidos para sintonizarnos con sentimientos y tiempos, para recordar).
Si en toda esta entrada se me permite algo de doctrina (que tanto detesto), sería la de mejor apreciar los objetos y la gente por la sintonía que nos brinden con las partes más vivas, pensantes, nobles, en consonancia con uno mismo (sea en proyección con el pasado, presente, o futuro), relegando a segundo o tercer planos sus valores intrínsecos (los de forma y calidad, expresados en el primer ejemplo, sobre la película).
Comprendo que resultará molesto y de muy poco progreso para algunos, el pensar por ejemplo que una persona que ha perdido a un ser querido busque reemplazarla por alguien que se le parezca (lo sé: parece deshonroso y un insulto a la memoria de la persona ausente), pero de nueva cuenta, por amor al debate, por qué habría de ser ello no ideal, cuando el mundo de las ideas se mueve en planos metafísicos, algunos repetibles y otros irrepetibles, ocultos o altamente elocuentes y visibles.
Para finalizar, como esta entrada versa sobre sintonizar, y sintonizar versa, mayormente en esta entrada, sobre rememorar y recordar/vivir (cohabitando con las paradojas), me despido con una cita textual de Ernesto Sábato, porque "ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, o por qué...".
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"Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué habría de serme tan difícil?"
– Herman Hesse