:::: Del oro en abundancia ::::
Tengo ideas mórbidas sobre el amor, que me temo no encontraré lo que sea que se debe encontrar, aquello por lo que se pierde lo que se supone que se posee, cuerpo o alma. Similar a decir cosas sin sentido ahora, como que los Rusos están locos.
Son ideas mórbidas. Pero son mis ideas al fin y al cabo, debo defenderlas porque no ultrajan el derecho de alguien más, eso me divierte, me hace pasar los días, y me deja en la más cómoda de las soledades.
Pero alguien saltó el cerco hacia acá.
Regresé taciturno. Estaba cohibido antes que emocionado. Pensaba en lo contrafáctico del asunto: en que si no hubiera salido no la hubiera visto. Si no la hubiera visto no le hubiera hablado. Si no le hubiera hablado no hubiera estrechado sus manos. Si no hubiera estrechado sus manos no hubiera guardado silencio. Todo ello era una permutación de posibilidades tendiendo a la nulidad.
Para volverse loco. Los Rusos están locos. Pero me hice el que no sabía.
Sin embargo sucedió que nos hablamos, y que acordamos... no sé qué, al menos que podemos volver a vernos y juntar las manos.
No demoré en hablarle porque me dio su teléfono. Si lo sentía como una presión entonces terminaría antes de que yo me diera cuenta que era real, quería tomar el riesgo más que nunca, y más que nunca deseé que si eso no iba a durar, que aquel fuera el momento en que se acabara, antes de que se hiciera más grande.
Contestó. Hola (dijo).
Yo seguí pensando en la fisura junto a la boca que se le hacía cuando hablaba, no oía nada, como los personajes de Sabato, aunque ahora fuera por una razón correcta. Hola (repitió). Esta vez dije que era yo, "el de las manos".
Acordamos vernos ese mismo día. Esa misma hora, tan pronto colgáramos; y que la espontaneidad de los momentos que fueran a venir, crearan el sinsentido por el cual eso tuviera que ser único (aunque no se le percibiera así en tal momento). O ser... lo que tuviera que ser, y durar lo que tuviera que durar, porque el tiempo... sí, ahora recuerdo, el tiempo es lo más deformado por los trastornos así.
Luego pensé en la araña del otro día que bajaba por mi pared, no pude evitar preguntarme dónde y qué estaría haciendo, y pensé en todo ello con detalle porque no quería hacer más esquemas sobre ella, quien había colgado el teléfono hace apenas unos instantes, y la promesa de que estaría aquí, sobre lo que yo diría o haría en cuanto nos viéramos, no quería tomar ventaja, porque para decir la verdad dicen que también debe haber espontaneidad, enfrentarse a lo que uno no se espera.
Cosas...
Son ideas mórbidas. Pero son mis ideas al fin y al cabo, debo defenderlas porque no ultrajan el derecho de alguien más, eso me divierte, me hace pasar los días, y me deja en la más cómoda de las soledades.
Pero alguien saltó el cerco hacia acá.
Regresé taciturno. Estaba cohibido antes que emocionado. Pensaba en lo contrafáctico del asunto: en que si no hubiera salido no la hubiera visto. Si no la hubiera visto no le hubiera hablado. Si no le hubiera hablado no hubiera estrechado sus manos. Si no hubiera estrechado sus manos no hubiera guardado silencio. Todo ello era una permutación de posibilidades tendiendo a la nulidad.
Para volverse loco. Los Rusos están locos. Pero me hice el que no sabía.
Sin embargo sucedió que nos hablamos, y que acordamos... no sé qué, al menos que podemos volver a vernos y juntar las manos.
No demoré en hablarle porque me dio su teléfono. Si lo sentía como una presión entonces terminaría antes de que yo me diera cuenta que era real, quería tomar el riesgo más que nunca, y más que nunca deseé que si eso no iba a durar, que aquel fuera el momento en que se acabara, antes de que se hiciera más grande.
Contestó. Hola (dijo).
Yo seguí pensando en la fisura junto a la boca que se le hacía cuando hablaba, no oía nada, como los personajes de Sabato, aunque ahora fuera por una razón correcta. Hola (repitió). Esta vez dije que era yo, "el de las manos".
Acordamos vernos ese mismo día. Esa misma hora, tan pronto colgáramos; y que la espontaneidad de los momentos que fueran a venir, crearan el sinsentido por el cual eso tuviera que ser único (aunque no se le percibiera así en tal momento). O ser... lo que tuviera que ser, y durar lo que tuviera que durar, porque el tiempo... sí, ahora recuerdo, el tiempo es lo más deformado por los trastornos así.
Luego pensé en la araña del otro día que bajaba por mi pared, no pude evitar preguntarme dónde y qué estaría haciendo, y pensé en todo ello con detalle porque no quería hacer más esquemas sobre ella, quien había colgado el teléfono hace apenas unos instantes, y la promesa de que estaría aquí, sobre lo que yo diría o haría en cuanto nos viéramos, no quería tomar ventaja, porque para decir la verdad dicen que también debe haber espontaneidad, enfrentarse a lo que uno no se espera.
Cosas...