:::: Blue Monday ::::
(Crónica del día más triste del año)
De entre todas las cosas tenía que ser lunes. No un lunes cualquiera, sino el imprecado "lunes azul", tercer lunes de enero: el día más triste del año.
Bajo ese augurio de ala negra (como Edgar Allan Poe lo hubiese descrito), nada habría de ser malo...
No habían pasado más de diez minutos en que anduve caminando, cuando la vi en la otra acera.
Respiré. No sabía que diría. No sabía que haría. O si lo haría. Mi intuición como de costumbre seguía de vacaciones.
Me incomodó verla y saber que tendría que hacer algo y que no estaba preparado (nunca he estado preparado para nada), pero sabía que si no lo hacía entonces aquella incomodidad terminaría revirtiéndose, haciendo que la extrañara más de lo que ya la extrañaba (algunos minutos más tarde), aunque no tuviera razones para eso.
A unos pasos de alcanzarla dejé de acelerar, marché a su paso, miraba su espalda y sentía como si la estuviera viendo a los ojos y descubriendo los misterios en ella; pero luego pasó algo extraño: quizás fueron sus hombros, quizás su modo de erguirse, lo cierto es que supe que aunque la había visto otras noches de antro ufanada en la frivolidad, ahora, en la transparencia del día y apenas si viéndola de espalda, me resultaba una de esas personas en quien cabía una tristeza infinita. No sé decir más por ahora.
La seguí un poco, ella no quiso seguir el juego de los perseguidos, se detuvo, sabía que la seguía, volteó, me miró.
Le hice una oferta, lo más directa posible, lo más apegada a mis posibilidades, a mi tiempo, a mi falta de plan. Dijo que sí sin más, sin demandar explicaciones o lógica. Se justificó diciendo que porque hay cosas que sólo se tienen un tiempo, y eso de darle tiempo a las cosas sólo es para quien tiene tiempo. Algunos no tenemos tiempo, o mejor dicho, no sabemos si lo tendremos fuera de la remota posibilidad del ahora, que es nada.
Le dije que si el ahora es nada, lo que le sigue y lo que hubo antes, son menos que nada. Sonrío un poco. Primer chiste tendido entre nosotros. Estúpido chiste, pero le agradezco que resquebraje algo de aquel hielo.
Nos tomamos de las manos, las miramos, y las frotamos como si fueran lo realmente importante de todo ese encuentro, porque Enero es también un mes frío en esta latitud. Frío y calor me hicieron sentir que estaba en un trance, como en aquel coma de la ocasión que tuve un accidente de carro.
Ya antes me ha pasado tener la vívida imagen de un sueño que se siente esplendoroso, inacabable, y que sin más se termina con cierta gradualidad.
Pero aquí está y ahora no hay gradualidad ni la suavidad del sueño, y aún así me sigo preguntando si estaré soñando, una y otra vez. Ella parece que se hace la misma pregunta: si en este lunes las cosas habrían de ir mal, y si esto es una alucinación o un sueño perverso de nuestras mentes que nos tienden una trampa, entonces esto será como un justo recordatorio al día más triste del año.
Pero si no es así...
Continuará...
Bajo ese augurio de ala negra (como Edgar Allan Poe lo hubiese descrito), nada habría de ser malo...
No habían pasado más de diez minutos en que anduve caminando, cuando la vi en la otra acera.
Respiré. No sabía que diría. No sabía que haría. O si lo haría. Mi intuición como de costumbre seguía de vacaciones.
Me incomodó verla y saber que tendría que hacer algo y que no estaba preparado (nunca he estado preparado para nada), pero sabía que si no lo hacía entonces aquella incomodidad terminaría revirtiéndose, haciendo que la extrañara más de lo que ya la extrañaba (algunos minutos más tarde), aunque no tuviera razones para eso.
A unos pasos de alcanzarla dejé de acelerar, marché a su paso, miraba su espalda y sentía como si la estuviera viendo a los ojos y descubriendo los misterios en ella; pero luego pasó algo extraño: quizás fueron sus hombros, quizás su modo de erguirse, lo cierto es que supe que aunque la había visto otras noches de antro ufanada en la frivolidad, ahora, en la transparencia del día y apenas si viéndola de espalda, me resultaba una de esas personas en quien cabía una tristeza infinita. No sé decir más por ahora.
La seguí un poco, ella no quiso seguir el juego de los perseguidos, se detuvo, sabía que la seguía, volteó, me miró.
Le hice una oferta, lo más directa posible, lo más apegada a mis posibilidades, a mi tiempo, a mi falta de plan. Dijo que sí sin más, sin demandar explicaciones o lógica. Se justificó diciendo que porque hay cosas que sólo se tienen un tiempo, y eso de darle tiempo a las cosas sólo es para quien tiene tiempo. Algunos no tenemos tiempo, o mejor dicho, no sabemos si lo tendremos fuera de la remota posibilidad del ahora, que es nada.
Le dije que si el ahora es nada, lo que le sigue y lo que hubo antes, son menos que nada. Sonrío un poco. Primer chiste tendido entre nosotros. Estúpido chiste, pero le agradezco que resquebraje algo de aquel hielo.
Nos tomamos de las manos, las miramos, y las frotamos como si fueran lo realmente importante de todo ese encuentro, porque Enero es también un mes frío en esta latitud. Frío y calor me hicieron sentir que estaba en un trance, como en aquel coma de la ocasión que tuve un accidente de carro.
Ya antes me ha pasado tener la vívida imagen de un sueño que se siente esplendoroso, inacabable, y que sin más se termina con cierta gradualidad.
Pero aquí está y ahora no hay gradualidad ni la suavidad del sueño, y aún así me sigo preguntando si estaré soñando, una y otra vez. Ella parece que se hace la misma pregunta: si en este lunes las cosas habrían de ir mal, y si esto es una alucinación o un sueño perverso de nuestras mentes que nos tienden una trampa, entonces esto será como un justo recordatorio al día más triste del año.
Pero si no es así...
Continuará...