:::: Evocando un tiempo perdido ::::
—Quiero contarte una historia ahora yo.
—¿Tiene un final feliz o trágico?
—Es un final.
—Está bien.
—Se trata de tu homónima y Orfeo.
—Ya conozco esa historia, faltaba más.
—Pero no mi versión.
—¿Tu versión?... sólo no me gustaría que fuera como en esa película del siglo pasado.
—¿Sería malo recordar una tragedia para intentar sacar algo en claro?
—No si tú me la cuentas. Nada es absurdo viniendo de ti.
—Si lo fuera, ¿me lo dirías?...
—Ahora otra vez hemos empezado a hacernos tontos... pero creo que no te lo diría. No me lo tomes a mal, prefiero seguir a ciegas sobre ciertas cosas y personas, tú incluido.
—¿Estás mintiendo entonces sobre lo que sientes por mí?
—Tal vez. Pero decírtelo ahora me absuelve del dolo, ¿no te parece eso sensato?
—Suena bien y lo has dicho cortésmente, es todo lo que sé. Y que efectivamente le jugamos al tonto inventando pretextos para abrazarnos. ¿Me abrazas?
—Sólo si así y sólo así me cuentas tu historia de final misterioso. Trágico, que me estoy temiendo.
—No te sorprendas: hasta una cáscara de plátano en el piso puede causar una tragedia... lo siento, no quería intimidarte ni provocarte esa expresión, y mira que ni siquiera he comenzado mi historia que por supuesto ya no es apta para esta ocasión.
—Es sólo que se me avivó el recuerdo.
—¿Quieres hablar de eso?
—Si no es ahora, ¿cuándo? Algo en ti me recuerda a alguien. Alguien a quien perdí. Veo que nunca te asombró que te devolviera el saludo, la charla, la primera vez que hablamos.
—En realidad sí me sorprendió. No es común que una mujer acepte un saludo y menos una charla de un desconocido.
—¿Otra vez haciendo juicios generales?
—Sí y no. No sé. Sí. Mejor dicho: "juicios generales excepcionales", porque te estoy exceptuando.
—No te creas. Es nada. Ganas de molestarte para que se me pase esto. Tuve a alguien. Lo único que me dejó fue saber que un día estamos y al siguiente todo se vuelve absurdo. No quiero perder tiempo jugando al "sinsentido", no es trágico sentirse sola y reconocerlo, al menos no para mí, pero es trágico comúnmente y parece que eso es lo que debe hacerse notar. ¿Qué hay de tí?... ¿Algún secreto?
—No uno de la magnitud del tuyo. Sólo a propósito de camisas de fuerza.
—Eso suena a que podemos sacar plática de ahí.
—¿Ya no quieres oír mi historia?...
—Creo que no.
—A veces no sé cómo ser yo mismo, y lleno los huecos en mí en absurdos, terminando por ser todo un absurdo, como de los que hablas y habitan tu mundo.
—¿Como por ejemplo...?
—Como por ejemplo sentir celos de mí mismo. Es decir, de la persona en mí que estoy imitando en base a alguien más, la cual ahora está contigo.
—Eso es gracioso (ríe).
—Ya te lo dije el otro día: también la futilidad corre por nuestras venas.
—Pero tú exageras jajaja (empujo su cara con mi mano para cobrarle su burla)...
Luego de eso nos sentamos a descansar, y es cuando ambos lo vemos: un quedo de aquella tragedia, su percance y el proclive por presentarse tan inmaculada, aún en la cálida percepción del velo teatral que hemos tendido con la conversación, que obra y conspira para que entrelacemos nuestros dedos como si ese fuera el contra hechizo, algo que debería existir sólo en lo improbable e ignoto de nuestro entendimiento por intentar nosotros ser inflexibles al sentimentalismo, excluirnos de él, ese mismo que se abriga en aquellos que viven en tiempos mentales más prósperos, atascados en sus trincheras de optimismo, que no hacen crucigramas con su conciencia, sólo con su esperanza, y que ni tuercen palabras y conversaciones hasta lo inservible. Y ese desfiguro es también la dura realidad que ahora se tiende de un modo suave, conveniente, y hasta planeada para que hagamos el amor, con música de fondo que nos sugiere lo que debemos sentir, ya que esa es, finalmente, la primera y única piedra angular para soslayar cual sea la tragedia, imaginada y temida en mi caso, ocurrida en el suyo; y que así eso nos haga sentir (por un breve instante del tamaño de un astro), humanos otra vez.
Continuará...
—¿Tiene un final feliz o trágico?
—Es un final.
—Está bien.
—Se trata de tu homónima y Orfeo.
—Ya conozco esa historia, faltaba más.
—Pero no mi versión.
—¿Tu versión?... sólo no me gustaría que fuera como en esa película del siglo pasado.
—¿Sería malo recordar una tragedia para intentar sacar algo en claro?
—No si tú me la cuentas. Nada es absurdo viniendo de ti.
—Si lo fuera, ¿me lo dirías?...
—Ahora otra vez hemos empezado a hacernos tontos... pero creo que no te lo diría. No me lo tomes a mal, prefiero seguir a ciegas sobre ciertas cosas y personas, tú incluido.
—¿Estás mintiendo entonces sobre lo que sientes por mí?
—Tal vez. Pero decírtelo ahora me absuelve del dolo, ¿no te parece eso sensato?
—Suena bien y lo has dicho cortésmente, es todo lo que sé. Y que efectivamente le jugamos al tonto inventando pretextos para abrazarnos. ¿Me abrazas?
—Sólo si así y sólo así me cuentas tu historia de final misterioso. Trágico, que me estoy temiendo.
—No te sorprendas: hasta una cáscara de plátano en el piso puede causar una tragedia... lo siento, no quería intimidarte ni provocarte esa expresión, y mira que ni siquiera he comenzado mi historia que por supuesto ya no es apta para esta ocasión.
—Es sólo que se me avivó el recuerdo.
—¿Quieres hablar de eso?
—Si no es ahora, ¿cuándo? Algo en ti me recuerda a alguien. Alguien a quien perdí. Veo que nunca te asombró que te devolviera el saludo, la charla, la primera vez que hablamos.
—En realidad sí me sorprendió. No es común que una mujer acepte un saludo y menos una charla de un desconocido.
—¿Otra vez haciendo juicios generales?
—Sí y no. No sé. Sí. Mejor dicho: "juicios generales excepcionales", porque te estoy exceptuando.
—No te creas. Es nada. Ganas de molestarte para que se me pase esto. Tuve a alguien. Lo único que me dejó fue saber que un día estamos y al siguiente todo se vuelve absurdo. No quiero perder tiempo jugando al "sinsentido", no es trágico sentirse sola y reconocerlo, al menos no para mí, pero es trágico comúnmente y parece que eso es lo que debe hacerse notar. ¿Qué hay de tí?... ¿Algún secreto?
—No uno de la magnitud del tuyo. Sólo a propósito de camisas de fuerza.
—Eso suena a que podemos sacar plática de ahí.
—¿Ya no quieres oír mi historia?...
—Creo que no.
—A veces no sé cómo ser yo mismo, y lleno los huecos en mí en absurdos, terminando por ser todo un absurdo, como de los que hablas y habitan tu mundo.
—¿Como por ejemplo...?
—Como por ejemplo sentir celos de mí mismo. Es decir, de la persona en mí que estoy imitando en base a alguien más, la cual ahora está contigo.
—Eso es gracioso (ríe).
—Ya te lo dije el otro día: también la futilidad corre por nuestras venas.
—Pero tú exageras jajaja (empujo su cara con mi mano para cobrarle su burla)...
Luego de eso nos sentamos a descansar, y es cuando ambos lo vemos: un quedo de aquella tragedia, su percance y el proclive por presentarse tan inmaculada, aún en la cálida percepción del velo teatral que hemos tendido con la conversación, que obra y conspira para que entrelacemos nuestros dedos como si ese fuera el contra hechizo, algo que debería existir sólo en lo improbable e ignoto de nuestro entendimiento por intentar nosotros ser inflexibles al sentimentalismo, excluirnos de él, ese mismo que se abriga en aquellos que viven en tiempos mentales más prósperos, atascados en sus trincheras de optimismo, que no hacen crucigramas con su conciencia, sólo con su esperanza, y que ni tuercen palabras y conversaciones hasta lo inservible. Y ese desfiguro es también la dura realidad que ahora se tiende de un modo suave, conveniente, y hasta planeada para que hagamos el amor, con música de fondo que nos sugiere lo que debemos sentir, ya que esa es, finalmente, la primera y única piedra angular para soslayar cual sea la tragedia, imaginada y temida en mi caso, ocurrida en el suyo; y que así eso nos haga sentir (por un breve instante del tamaño de un astro), humanos otra vez.
Continuará...