:::: DE LOS HECHOS NO OCURRIDOS ENTRE JUAN PABLO CASTEL Y MARIA IRIBARNE ::::
Ernesto Sabato murió.
Dejó un hueco del tamaño de una palabra en boca de María Iribarne. Eso fue todo.
Esa sola palabra inundó todo lo demás...
11:17 PM. Dormí 15 minutos. Sentí que dormí 15 años; fue glorioso, estoy despejado.
Hora de salir a caminar, no obstante que otra vez esa raquítica sensación de desasosiego tienda una nube en mi cabeza, enemiga de la paz del sueño breve y tranquilo recién tenido. Pensar... quién lo diría.
Camino por esa calle que cae en tinieblas a temprana hora, sólo el desvelo queda como testigo de lo temprano o tarde que llego, o que salgo, y aunque no se sienta como la droga, rebota igualmente en algún lado de mi cuerpo, en alguna hora del día, casi siempre en la menos oportuna, casi siempre de un modo obvio (oí que se necesitan 7 días de sueño habitual para reponer un solo desvelo: si es así, a este paso ya debo más vida que otra cosa).
Pero todo eso no es lo importante, sólo divago para que la casualidad toque. La palabra. Ahora lo recuerdo: dije que ocuparía mi tiempo caminando, tratando de averiguar cuál era esa palabra, pero al recordar que debía ejercitar mi mente en ese deber, la recordé a ella, en que cabía la posibilidad de encontrarla, porque por eso he salido, ella ama la noche, los paseos y así: ¿quién en el apogeo de su vida sexual no gusta de las salidas por la noche, saciarse de los tugurios y los antros, las calles y las avenidas, "por si algo pasa"?.
Eso también me hace recordar que he olvidado cómo tocar a una mujer. Así simplemente, sin intentar suscitar mi propia lástima. No sé si seré brusco, o si estaré siendo suave cuando ella se deje tocar y llenar de besos por mí, porque no sé cómo medir eso, más bien es la conciencia venida segundos después de que cuando soy suave debería ser áspero, y viceversa.
La discrepancia de esa idea me da la certeza de que ella era mía, que la seguía teniendo, pensara o no pensara en ella, la tocara o no la tocara, la besara o no la besara: no quiero intentar explicar eso, me conviene.
La palabra. Sí. Ahora tiene un sentido interesante intentar pensar y buscar patrones que descubran la palabra que me trae de cabeza, luego de haber leído un libro; y sí, paso el resto de la noche buscando conexiones entre la vida de aquel hombre y la palabra no escrita que María Iribarne suspendió en el aire y que yo no puedo olfatear, ver, ni tocar, tal y como la mujer que me reviste la carne y el pensamiento; como si ella fuera una palabra que está al alcance de los labios, pero que no se puede pronunciar.
Pasan las horas. Por primera vez no pienso en ella, la mujer que espero algún día volver a tropezar. Pienso en dos personas hablando al mismo tiempo, paralelamente, con una enorme necesidad de hablar de sus cosas, la cual les impide escuchar lo que la otra dice. Y de pronto entre ellas se escapa una palabra que los conecta y los pierde para siempre; no es "amor", no es "egoísmo", porque la palabra misteriosa que busco perfora la tierra para crear un abismo tan grande que ni con todos los puentes que el resto de las palabras existentes en el mundo, y ni con todas las miradas cómplices y llenas del embrujo del amor que se puedan prodigar, se puede evadir el sepulcro de esa sola palabra.
Pienso en la sola pincelada que bastó para dibujar una ventana, que por prodigio de su autor se fue ensanchando más y más hasta volverse su obra completa, y con ello así se vuelve a hacer recurrente aquella sola palabra que ensanchó más y más aquel acantilado; aquella palabra que corrió veloz en busca de su amo, que lo persiguió hasta el infierno mismo, donde deseablemente encontró un alto para que aquellos dos personajes, al menos ellos, volvieran alguna vez a estar juntos.
Continuará...
Dejó un hueco del tamaño de una palabra en boca de María Iribarne. Eso fue todo.
Esa sola palabra inundó todo lo demás...
11:17 PM. Dormí 15 minutos. Sentí que dormí 15 años; fue glorioso, estoy despejado.
Hora de salir a caminar, no obstante que otra vez esa raquítica sensación de desasosiego tienda una nube en mi cabeza, enemiga de la paz del sueño breve y tranquilo recién tenido. Pensar... quién lo diría.
Camino por esa calle que cae en tinieblas a temprana hora, sólo el desvelo queda como testigo de lo temprano o tarde que llego, o que salgo, y aunque no se sienta como la droga, rebota igualmente en algún lado de mi cuerpo, en alguna hora del día, casi siempre en la menos oportuna, casi siempre de un modo obvio (oí que se necesitan 7 días de sueño habitual para reponer un solo desvelo: si es así, a este paso ya debo más vida que otra cosa).
Pero todo eso no es lo importante, sólo divago para que la casualidad toque. La palabra. Ahora lo recuerdo: dije que ocuparía mi tiempo caminando, tratando de averiguar cuál era esa palabra, pero al recordar que debía ejercitar mi mente en ese deber, la recordé a ella, en que cabía la posibilidad de encontrarla, porque por eso he salido, ella ama la noche, los paseos y así: ¿quién en el apogeo de su vida sexual no gusta de las salidas por la noche, saciarse de los tugurios y los antros, las calles y las avenidas, "por si algo pasa"?.
Eso también me hace recordar que he olvidado cómo tocar a una mujer. Así simplemente, sin intentar suscitar mi propia lástima. No sé si seré brusco, o si estaré siendo suave cuando ella se deje tocar y llenar de besos por mí, porque no sé cómo medir eso, más bien es la conciencia venida segundos después de que cuando soy suave debería ser áspero, y viceversa.
La discrepancia de esa idea me da la certeza de que ella era mía, que la seguía teniendo, pensara o no pensara en ella, la tocara o no la tocara, la besara o no la besara: no quiero intentar explicar eso, me conviene.
La palabra. Sí. Ahora tiene un sentido interesante intentar pensar y buscar patrones que descubran la palabra que me trae de cabeza, luego de haber leído un libro; y sí, paso el resto de la noche buscando conexiones entre la vida de aquel hombre y la palabra no escrita que María Iribarne suspendió en el aire y que yo no puedo olfatear, ver, ni tocar, tal y como la mujer que me reviste la carne y el pensamiento; como si ella fuera una palabra que está al alcance de los labios, pero que no se puede pronunciar.
Pasan las horas. Por primera vez no pienso en ella, la mujer que espero algún día volver a tropezar. Pienso en dos personas hablando al mismo tiempo, paralelamente, con una enorme necesidad de hablar de sus cosas, la cual les impide escuchar lo que la otra dice. Y de pronto entre ellas se escapa una palabra que los conecta y los pierde para siempre; no es "amor", no es "egoísmo", porque la palabra misteriosa que busco perfora la tierra para crear un abismo tan grande que ni con todos los puentes que el resto de las palabras existentes en el mundo, y ni con todas las miradas cómplices y llenas del embrujo del amor que se puedan prodigar, se puede evadir el sepulcro de esa sola palabra.
Pienso en la sola pincelada que bastó para dibujar una ventana, que por prodigio de su autor se fue ensanchando más y más hasta volverse su obra completa, y con ello así se vuelve a hacer recurrente aquella sola palabra que ensanchó más y más aquel acantilado; aquella palabra que corrió veloz en busca de su amo, que lo persiguió hasta el infierno mismo, donde deseablemente encontró un alto para que aquellos dos personajes, al menos ellos, volvieran alguna vez a estar juntos.
Continuará...