La mujer: mi panegírico favorito.
Sus ganas de hacer la guerra desde la paz.
Luego sus ideas geométricas explicadas con humo,
tan llenas de realidad concurrente,
de tiempo y de imposible...
Cómo no prestar atención a sus cuitas, si ajadas en su cabellera
se las tiene que sacudir en todo momento con sus manos,
esas mismas manos que toman los pequeños y grandes proclives
y los vuelven virtudes, como la virtud en sus curvas y sus planicies,
en sus formas nutridas y llanas, áridas y fértiles,
llenas de seclusión como de necesidad.
Luego tú, tan cautiva de tu inteligencia,
tan confiada en la alienación de ti misma,
en el sin-sentido de lo que se requiere y no se piensa para hacer las cosas,
aunque necesitada de circunstancias, de hechos
para explorar la dimensión de la consecuencia.
Luego lo que eres en mí, que tan sólo tus reflejos son ya
obras de arte estampadas entre las cortinas y las paredes de mi cuarto,
donde ahora viven como una colección de máscaras y retratos
que me dan identidad.
Luego dándote el lujo de la vanidad de tu baja autoestima,
tú que con tus palabras comunes y tus buenos días conmovías mi mal humor,
y me creabas legiones de demonios con formas de remolino
cuando con tus uñas acariciabas mi cara
en pago a mi sinceridad al innoble acto de decirte que no te quería,
comprendiéndome además porque me odiaba por no saber quererte,
si eras el caos dentro de las cosas que regían el orden de mi vida,
los hombros lustrosos de formas viciosas donde puse a descansar mis empeños.
Luego yo aquí, tan necesitado de tu desprecio
en forma de tus salidas constantes y sin explicación,
de tus detalles elaborados,
de tus sentimientos comprometidos,
de los acertijos que me construyes con el misterio
de las palabras que no me dices,
pero dejándome tocarte desde la frontera de tu aura
al menos para permitirnos hacer pactos que se diferirán y funcionarán en el largo plazo,
inspirados en los labios de terceros para agregar constantes y vidrios rotos a la ecuación,
sin saber, en ese terco afán por lo auténtico,
si todo eso habrá valido la pena,
quedándonos con el regalo de la oportunidad,
con el saberlo, con intentar la espera,
como si todo ello fuera el verdadero tesoro.
Y pensar que así viviremos, desde mundos distantes
tirándonos papelitos hechos bola,
planetas imaginarios donde el anonimato será lo único que nos cobije,
sin saber ni cómo, ni cuándo, ni dónde...
todo para mezquinamente tenerte alguna vez,
para guardarte en un olvido que nunca llega,
mientras tanto siendo presa de los miedos sin fundamento que
hábilmente cohabitan con la voluntad que quiere imponerse, crecer,
abrirse camino, y hacernos cambiar.
Y al final, luego de repetir la espiral, lo único que tiene sentido es esperarte,
porque lo demás, hasta quererte, luego no existe.
Sus ganas de hacer la guerra desde la paz.
Luego sus ideas geométricas explicadas con humo,
tan llenas de realidad concurrente,
de tiempo y de imposible...
Cómo no prestar atención a sus cuitas, si ajadas en su cabellera
se las tiene que sacudir en todo momento con sus manos,
esas mismas manos que toman los pequeños y grandes proclives
y los vuelven virtudes, como la virtud en sus curvas y sus planicies,
en sus formas nutridas y llanas, áridas y fértiles,
llenas de seclusión como de necesidad.
Luego tú, tan cautiva de tu inteligencia,
tan confiada en la alienación de ti misma,
en el sin-sentido de lo que se requiere y no se piensa para hacer las cosas,
aunque necesitada de circunstancias, de hechos
para explorar la dimensión de la consecuencia.
Luego lo que eres en mí, que tan sólo tus reflejos son ya
obras de arte estampadas entre las cortinas y las paredes de mi cuarto,
donde ahora viven como una colección de máscaras y retratos
que me dan identidad.
Luego dándote el lujo de la vanidad de tu baja autoestima,
tú que con tus palabras comunes y tus buenos días conmovías mi mal humor,
y me creabas legiones de demonios con formas de remolino
cuando con tus uñas acariciabas mi cara
en pago a mi sinceridad al innoble acto de decirte que no te quería,
comprendiéndome además porque me odiaba por no saber quererte,
si eras el caos dentro de las cosas que regían el orden de mi vida,
los hombros lustrosos de formas viciosas donde puse a descansar mis empeños.
Luego yo aquí, tan necesitado de tu desprecio
en forma de tus salidas constantes y sin explicación,
de tus detalles elaborados,
de tus sentimientos comprometidos,
de los acertijos que me construyes con el misterio
de las palabras que no me dices,
pero dejándome tocarte desde la frontera de tu aura
al menos para permitirnos hacer pactos que se diferirán y funcionarán en el largo plazo,
inspirados en los labios de terceros para agregar constantes y vidrios rotos a la ecuación,
sin saber, en ese terco afán por lo auténtico,
si todo eso habrá valido la pena,
quedándonos con el regalo de la oportunidad,
con el saberlo, con intentar la espera,
como si todo ello fuera el verdadero tesoro.
Y pensar que así viviremos, desde mundos distantes
tirándonos papelitos hechos bola,
planetas imaginarios donde el anonimato será lo único que nos cobije,
sin saber ni cómo, ni cuándo, ni dónde...
todo para mezquinamente tenerte alguna vez,
para guardarte en un olvido que nunca llega,
mientras tanto siendo presa de los miedos sin fundamento que
hábilmente cohabitan con la voluntad que quiere imponerse, crecer,
abrirse camino, y hacernos cambiar.
Y al final, luego de repetir la espiral, lo único que tiene sentido es esperarte,
porque lo demás, hasta quererte, luego no existe.