Frágil. Pero no sensible.
El otro día me tocó ver un accidente en moto. El sujeto en cuestión no iba muy veloz, quizás 50 km/h, pero el impacto hizo que saliera disparado moderadamente, y que aterrizara en el asfalto sin (aparentemente) ningún daño. Poco después, cuando llegó la ambulancia y lo recogió, se hizo un recuento: algunos raspones, moretones, y 6 huesos rotos. "Vaya, y yo que pensé que la había pasado chispa", fue lo que pensé, pues a mi parecer no fue un accidente aparatoso, pero lo fue y ya.
Eso me hizo pensar, poco después, que el cuerpo humano en verdad es frágil. La vida es un soplo que en cualquier minuto se puede disipar (así se ha dicho y existe en el imaginario colectivo, pero al menos yo no lo había entendido de ese modo tan gráfico). La expectativa es envejecer y morir de modo natural. Pero siguen habiendo personas que se nos van sin un aviso: nadie está exento.
Somos frágiles, pero nuestra forma de pensar, es decir, nuestra inteligencia, se resiste a ser y a corresponder con nuestra fragilidad física (claro: suponiendo que la hipótesis que planteo ahora sea la de que debemos pensar y hablar conforme a este estado de fragilidad que corresponde a nuestro cuerpo). Hablo por supuesto en términos generales, porque en algunas de nuestras culturas, hasta el hecho que nos digan la verdad solemos tomarlo como un acto ofensivo (antes de verificar el asunto de fondo): llegamos a ser sensibles a conveniencia.
A menudo hablamos de las virtudes de los animales, que no hay crueldad en ellos, y que son seres que sólo actúan por instinto, y que nosotros, como seres humanos, somos el único animal inteligente. Pero no hacemos corresponder nuestra inteligencia con la fragilidad a la que me he referido. Un león, por ejemplo, actúa en base a su instinto, congruente con su fuerza física, e igual pasa con insectos cuyo instinto responde a sus cualidades y medios para crear mecanismos de defensa, pero en el caso de los humanos no es la inteligencia la que propulsa, por ejemplo, el progreso humano (si tal es el fin) como parte de la suma de las nombradas fragilidades que como seres pensantes poseemos, y en base a las cuales supondría que debemos hacer sinergia intelectual para dicho progreso (o en todo caso, para el placer de existir o sobrevivir).
El arte Naïve, por ejemplo, algunos lo concebimos como una forma primitiva de expresión en cuyo núcleo existe, mejor aún, la nota de esa fragilidad y sensibilidad que aducimos los niños poseen (y de ahí el desprendimiento de llamarle erróneamente "Naïve" por su carácter propiamente infantil). Pero nos olvidamos que lo verdaderamente importante no es lo que uno mira o siente o transmite, sino la manifestación del por qué (en este caso) ese arte está ahí presente desde un punto de vista introspectivo (antes que por cuestiones de popularidad y expresión), sólo como la exhibición de esa grandeza supra sensible y frágil manifestada en nosotros.
Somos seres frágiles, y en la sensibilidad (o al menos el conocimiento de ello) de nuestra mutabilidad (sería más fácil demostrar que somos seres cambiantes antes que pasivos), debe estar uno de los secretos de lo que es la vida y su transición hacia la muerte. Sólo el tiempo dirá de qué modo el sincretismo de ello, fragilidad y sensibilidad, puede hacer que la vida, en un sentido estricto, pueda tener una cúspide más alta de la que pudiera tener o haya tenido. En todo caso.
Eso me hizo pensar, poco después, que el cuerpo humano en verdad es frágil. La vida es un soplo que en cualquier minuto se puede disipar (así se ha dicho y existe en el imaginario colectivo, pero al menos yo no lo había entendido de ese modo tan gráfico). La expectativa es envejecer y morir de modo natural. Pero siguen habiendo personas que se nos van sin un aviso: nadie está exento.
Somos frágiles, pero nuestra forma de pensar, es decir, nuestra inteligencia, se resiste a ser y a corresponder con nuestra fragilidad física (claro: suponiendo que la hipótesis que planteo ahora sea la de que debemos pensar y hablar conforme a este estado de fragilidad que corresponde a nuestro cuerpo). Hablo por supuesto en términos generales, porque en algunas de nuestras culturas, hasta el hecho que nos digan la verdad solemos tomarlo como un acto ofensivo (antes de verificar el asunto de fondo): llegamos a ser sensibles a conveniencia.
A menudo hablamos de las virtudes de los animales, que no hay crueldad en ellos, y que son seres que sólo actúan por instinto, y que nosotros, como seres humanos, somos el único animal inteligente. Pero no hacemos corresponder nuestra inteligencia con la fragilidad a la que me he referido. Un león, por ejemplo, actúa en base a su instinto, congruente con su fuerza física, e igual pasa con insectos cuyo instinto responde a sus cualidades y medios para crear mecanismos de defensa, pero en el caso de los humanos no es la inteligencia la que propulsa, por ejemplo, el progreso humano (si tal es el fin) como parte de la suma de las nombradas fragilidades que como seres pensantes poseemos, y en base a las cuales supondría que debemos hacer sinergia intelectual para dicho progreso (o en todo caso, para el placer de existir o sobrevivir).
El arte Naïve, por ejemplo, algunos lo concebimos como una forma primitiva de expresión en cuyo núcleo existe, mejor aún, la nota de esa fragilidad y sensibilidad que aducimos los niños poseen (y de ahí el desprendimiento de llamarle erróneamente "Naïve" por su carácter propiamente infantil). Pero nos olvidamos que lo verdaderamente importante no es lo que uno mira o siente o transmite, sino la manifestación del por qué (en este caso) ese arte está ahí presente desde un punto de vista introspectivo (antes que por cuestiones de popularidad y expresión), sólo como la exhibición de esa grandeza supra sensible y frágil manifestada en nosotros.
Somos seres frágiles, y en la sensibilidad (o al menos el conocimiento de ello) de nuestra mutabilidad (sería más fácil demostrar que somos seres cambiantes antes que pasivos), debe estar uno de los secretos de lo que es la vida y su transición hacia la muerte. Sólo el tiempo dirá de qué modo el sincretismo de ello, fragilidad y sensibilidad, puede hacer que la vida, en un sentido estricto, pueda tener una cúspide más alta de la que pudiera tener o haya tenido. En todo caso.