La muerte como móvil de buenas acciones
Agosto está por terminar, de igual modo el verano. Los días se consumen en luminosos atardeceres erguidos a mediana hora, pero día a día se vuelve más normal que muchos de ellos comiencen a desplegar sus cataratas de voluminosos, espesos, grises, y gélidos nubarrones que generan una poderosa imagen de batalla entre vida y muerte. El áspero gemido del otoño, seguido del ronco estruendo del invierno están pasando de ser ecos y premoniciones a ser un susurro diseminado con claridad, casi silbado, que se filtra con sensibilidad y hasta tersura por las hojas de los árboles que empiezan a mecerse con mayor tiricia, y que cobardemente comienzan a hacerse raquíticos. Todo eso, aunado a las legiones de ideas y nociones de que la mente se provee ante el testimonio de los días que se van, y al estado tan gastado en que ya se encuentra el año, me dejan pensando en la muerte, así, en simple y con dureza, sin intentar suscitar sentimientos de dolor o pena, culpa, remordimiento, ni siquiera de duelo. Quizás nostalgia, si he de ser justo.
Estando así predispuesto (y para intentar dar detalle a este acontecimiento), cómo no pensar que la muerte, considerada un punto de inflexión hacia el abismo (un vacío, flotando, no choque aparatoso al fondo del mismo), direcciona con increíble fuerza y palanca los pensamientos (las acciones) también hacia puntos de productividad o mayor productividad en lo que queda de vida. Eso creo que es evidente, y todos lo vivimos. Lo relacionamos o lo asociamos. Nos volvemos maniáticos de cierto modo.
Si bien su concepto está en algunos de nuestros pensamientos, solemos mantenerlo alejado, ajeno (hablando de lo que él mismo debe significar en relación al ejercicio de la vida). Sería sólo cuando su presencia es delatora (un ser querido muere, por ejemplo) que nos sentimos reprendidos con mano dura a encontrarle sentido a la vida o, de menos, a sentirnos realmente tristes (duelo), si la tristeza es la guarida ideal y temporal para lo que siga después, pero ¿será que eso está bien? ¿será que eso es correcto, estética o soberbiamente hablando? ¿es necesario tener la visibilidad de los contrastes entre vida y muerte para despertar la volición de un aparente letargo y que haga lo suyo?...
En mi intento por atenuar esta fruslería se me ocurrió pensar en algunas de las películas de Disney, porque en ellas la muerte es una constante y punto clave de la trama (y en no pocos casos la clave de su éxito):
— Los que son buenos perdieron a alguien.
— Los que no perdieron a alguien no son los protagonistas.
— Los que no perdieron a alguien no pueden ser buenos hasta perder a alguien.
— Aprender una lección casi siempre viene acompañado del hecho de haber perdido a alguien.
— Sólo hasta que se es especial (o todo lo contrario) se puede estar en la cúspide. Ser especial significa saber lo que se siente haber perdido a alguien.
Hallamos una identidad, empatía en aquellos que han padecido lo mismo que nosotros, especialmente hablando de muerte (a veces somos morbosos hasta el punto de querer encontrar a alguien con una pérdida idéntica, en términos milimétricos), porque creemos que son los que mejor nos comprenden, quienes "han vivido más", quienes "tienen experiencia", quienes "ya se la saben". Pero sólo son formas de lidiar con el dolor. Evadirlo o aprender a convivir con él. Foco prendido, o foco apagado.
Por qué, por ejemplo, la ingenuidad ha de tener tan mala reputación en este proceso inexplicable... tal vez la ingenuidad (no confundir con ignorancia) es el estado puro de la epifanía, y ahí radique su sustancia. De ese modo se explicaría que el ingenuo que pierde a alguien, puede hallar comfort, la clase de energía que sea que se necesite para seguir renovando sus tratos con la vida.
Y es que eso de cohabitar con la mente, las ideas, y las sombras que se tienden en días así pronunciados por nuestro ánimo, no podría ser agradable, ni llevadero, si se le hace por mera afición. Repensar y afrontar el hecho que habla de la voracidad de la vida y de la muerte, es creo también un acto magnánimo de la mente por querer comprender y respetar el estado natural de las cosas, la muerte misma (si esa es su naturaleza real), y en mi caso, analizarlo con prontitud y compulsión (aunque en el ejercicio de analizar la fisonomía del suceso la mente se lamente a sí misma el estado deplorable en que siempre estará para ello), hace después de todo menos pavorosa la idea de que habrá un punto de "ya-no-encuentro" en el que se tendrá que decir "hasta luego".
Estando así predispuesto (y para intentar dar detalle a este acontecimiento), cómo no pensar que la muerte, considerada un punto de inflexión hacia el abismo (un vacío, flotando, no choque aparatoso al fondo del mismo), direcciona con increíble fuerza y palanca los pensamientos (las acciones) también hacia puntos de productividad o mayor productividad en lo que queda de vida. Eso creo que es evidente, y todos lo vivimos. Lo relacionamos o lo asociamos. Nos volvemos maniáticos de cierto modo.
Si bien su concepto está en algunos de nuestros pensamientos, solemos mantenerlo alejado, ajeno (hablando de lo que él mismo debe significar en relación al ejercicio de la vida). Sería sólo cuando su presencia es delatora (un ser querido muere, por ejemplo) que nos sentimos reprendidos con mano dura a encontrarle sentido a la vida o, de menos, a sentirnos realmente tristes (duelo), si la tristeza es la guarida ideal y temporal para lo que siga después, pero ¿será que eso está bien? ¿será que eso es correcto, estética o soberbiamente hablando? ¿es necesario tener la visibilidad de los contrastes entre vida y muerte para despertar la volición de un aparente letargo y que haga lo suyo?...
En mi intento por atenuar esta fruslería se me ocurrió pensar en algunas de las películas de Disney, porque en ellas la muerte es una constante y punto clave de la trama (y en no pocos casos la clave de su éxito):
— Los que son buenos perdieron a alguien.
— Los que no perdieron a alguien no son los protagonistas.
— Los que no perdieron a alguien no pueden ser buenos hasta perder a alguien.
— Aprender una lección casi siempre viene acompañado del hecho de haber perdido a alguien.
— Sólo hasta que se es especial (o todo lo contrario) se puede estar en la cúspide. Ser especial significa saber lo que se siente haber perdido a alguien.
Hallamos una identidad, empatía en aquellos que han padecido lo mismo que nosotros, especialmente hablando de muerte (a veces somos morbosos hasta el punto de querer encontrar a alguien con una pérdida idéntica, en términos milimétricos), porque creemos que son los que mejor nos comprenden, quienes "han vivido más", quienes "tienen experiencia", quienes "ya se la saben". Pero sólo son formas de lidiar con el dolor. Evadirlo o aprender a convivir con él. Foco prendido, o foco apagado.
Por qué, por ejemplo, la ingenuidad ha de tener tan mala reputación en este proceso inexplicable... tal vez la ingenuidad (no confundir con ignorancia) es el estado puro de la epifanía, y ahí radique su sustancia. De ese modo se explicaría que el ingenuo que pierde a alguien, puede hallar comfort, la clase de energía que sea que se necesite para seguir renovando sus tratos con la vida.
Y es que eso de cohabitar con la mente, las ideas, y las sombras que se tienden en días así pronunciados por nuestro ánimo, no podría ser agradable, ni llevadero, si se le hace por mera afición. Repensar y afrontar el hecho que habla de la voracidad de la vida y de la muerte, es creo también un acto magnánimo de la mente por querer comprender y respetar el estado natural de las cosas, la muerte misma (si esa es su naturaleza real), y en mi caso, analizarlo con prontitud y compulsión (aunque en el ejercicio de analizar la fisonomía del suceso la mente se lamente a sí misma el estado deplorable en que siempre estará para ello), hace después de todo menos pavorosa la idea de que habrá un punto de "ya-no-encuentro" en el que se tendrá que decir "hasta luego".
"I'm stepping through the door
and I'm floating in the most peculiar way,
and the stars look very different today
for here am I sitting in a tin can
far above the world,
planet Earth is blue
and there's nothing I can do..."
and I'm floating in the most peculiar way,
and the stars look very different today
for here am I sitting in a tin can
far above the world,
planet Earth is blue
and there's nothing I can do..."