Todavía lo recuerdo: la primera colección que tuve fue de envolturas de "Dulces Del Monte". El papelito más repetido era el del dulce "Tomy". El más difícil era el "Damy". Y mi envoltura favorita era la de "Ricos besos".
La marca "Dulces del Monte" sin duda no sabía que existían niños como yo que coleccionábamos envolturas para dulce (oí de un hombre que coleccionaba hilos, pero supongo que eso a muchos les parecerá más extraño), quizás por eso aquella colección fue bastante asequible.
Así fue que comencé. A la fecha, debo tener cerca de 10 colecciones (entre cajas, piedras, postales, álbumes de tarjetitas, y demás), y los límites, por fortuna, los marco yo (he llegado a empalmar colecciones sobre otras colecciones, según mis "imprácticos" métodos taxonómicos), para no perder la idea de lo que quiero, con ese principio de coleccionista que es contrario a la mercadotecnia imperante, sin afán de venderle a esas marcas la idea de que podrían venderme sus productos como objetos de colección, o quedaría arruinado (ya lo estoy viendo: "Dulces del Monte: envolturas de edición limitada para coleccionistas").
Pero... ¿a qué viene todo este asunto del coleccionismo?... aunque en otro momento hablaré (opinión) del aspecto mercadológico, hoy quise hacer hincapié en las palabras de Monsieur Guy de Maupassant, que los hombres más felices de este planeta son los coleccionistas (aunque en el relato del mismo autor el personaje termina volviéndose loco, ¿habrá algún libro donde el escritor no nos venda un personaje loco o fuera del foco de la cotidianidad?...).
A propósito de los coleccionistas, y siendo precavido con lo que voy a decir, tal vez este señor tenga razón en cuanto a que la felicidad que se guarece en un coleccionista deriva de vivir en la expectativa de encontrar una pieza nueva (ciertamente eso de tener colecciones parece no tener fin), y cada adquisición, por mínima que sea, sin duda engrandece la estima y el valor sentimental hacia tal colección, aunque al mismo tiempo podría ser que eso mismo conduzca a una obsesión: nadie sabe hasta qué punto medio se desplazan el uno y el otro, si en todo caso ambas percepciones son objetos a la deriva y en lontananza, el uno para el otro un sueño derruido en torno de la vida normal, un hábito corriente y discreto (aunque tal discreción sea el grito apabullante de la propia obsesión, antes citada).
Esto del coleccionismo debe tener ciertamente matices de obsesión y de felicidad, quizás sea lo uno, o quizás lo otro. O quizás, como en un diagrama de Venn, tenga una sección donde se comparten ciertas particularidades de ambos, una pugna entre conformarse con lo que se tiene, y la obsesión por querer conseguir algo más, y quizás sea eso últimamente a lo que Maupassant se refiere.
Nuevamente el sentimentalismo hace acto de aparición en el "arte" de coleccionar, ya sólo está en cada quien decir hasta qué punto eso es egoísmo, y hasta que punto eso se compagina con el amor.
La marca "Dulces del Monte" sin duda no sabía que existían niños como yo que coleccionábamos envolturas para dulce (oí de un hombre que coleccionaba hilos, pero supongo que eso a muchos les parecerá más extraño), quizás por eso aquella colección fue bastante asequible.
Así fue que comencé. A la fecha, debo tener cerca de 10 colecciones (entre cajas, piedras, postales, álbumes de tarjetitas, y demás), y los límites, por fortuna, los marco yo (he llegado a empalmar colecciones sobre otras colecciones, según mis "imprácticos" métodos taxonómicos), para no perder la idea de lo que quiero, con ese principio de coleccionista que es contrario a la mercadotecnia imperante, sin afán de venderle a esas marcas la idea de que podrían venderme sus productos como objetos de colección, o quedaría arruinado (ya lo estoy viendo: "Dulces del Monte: envolturas de edición limitada para coleccionistas").
Pero... ¿a qué viene todo este asunto del coleccionismo?... aunque en otro momento hablaré (opinión) del aspecto mercadológico, hoy quise hacer hincapié en las palabras de Monsieur Guy de Maupassant, que los hombres más felices de este planeta son los coleccionistas (aunque en el relato del mismo autor el personaje termina volviéndose loco, ¿habrá algún libro donde el escritor no nos venda un personaje loco o fuera del foco de la cotidianidad?...).
A propósito de los coleccionistas, y siendo precavido con lo que voy a decir, tal vez este señor tenga razón en cuanto a que la felicidad que se guarece en un coleccionista deriva de vivir en la expectativa de encontrar una pieza nueva (ciertamente eso de tener colecciones parece no tener fin), y cada adquisición, por mínima que sea, sin duda engrandece la estima y el valor sentimental hacia tal colección, aunque al mismo tiempo podría ser que eso mismo conduzca a una obsesión: nadie sabe hasta qué punto medio se desplazan el uno y el otro, si en todo caso ambas percepciones son objetos a la deriva y en lontananza, el uno para el otro un sueño derruido en torno de la vida normal, un hábito corriente y discreto (aunque tal discreción sea el grito apabullante de la propia obsesión, antes citada).
Esto del coleccionismo debe tener ciertamente matices de obsesión y de felicidad, quizás sea lo uno, o quizás lo otro. O quizás, como en un diagrama de Venn, tenga una sección donde se comparten ciertas particularidades de ambos, una pugna entre conformarse con lo que se tiene, y la obsesión por querer conseguir algo más, y quizás sea eso últimamente a lo que Maupassant se refiere.
Nuevamente el sentimentalismo hace acto de aparición en el "arte" de coleccionar, ya sólo está en cada quien decir hasta qué punto eso es egoísmo, y hasta que punto eso se compagina con el amor.