Día a día hay miles (millones) de personas hablando sobre lo importante que es ahorrar (no es difícil hallar en el correo basura asuntos rezando "consejos para un ahorro efectivo"...), pero para empezar ¿es realmente el dinero ahorrado dinero invertido o (pongámonos a temblar) será devengado apropiadamente y con oportunidad?... a los bancos no les conviene que lo sepamos. Que lo planeemos.
Pero antes de responder a la pregunta, quiero decir que yo no puedo quitarme de la cabeza ese sentimiento de culpa por ahorrar: por momentos me siento un avaro con el vagabundo que me pide una moneda en la calle y a quien obviamente no se la doy (porque estoy ahorrando), y en otros instantes me siento mezquino conmigo mismo por elegir manzanas del montón (baratas) en lugar de las orgánicas (un poco más caras), todo por la misma sana intención de ahorrar.
Ahí no para el asunto: todo ese pensar me lleva a hacer juicios y cuentas al respecto: ¿vale la pena comprar comida chatarra hoy, si mañana eso podría acarrearme un problema de salud que, como por arte magia, se llevará mi dinero ahorrado por no comprar ahora lo bueno?... ese asunto también ya se ha planteado, y aunque el supremo Dalai Lama se mofe de nuestras pueriles, bizcas, y torpes intenciones de ahorrar (trabajando, deseablemente), yo diría que sí hay virtud y hasta felicitación en el intento. Nótese que una cualidad ha derivado en un objeto medible.
Pero no es la intención lo que ahora he venido a querer/intentar juzgar, sino el efecto y onda expansiva generados por la acción de ahorrar. Es ahí cuando la primera aseveración (la de que "ahorrar es bueno" -aunque ni el diablo sepa para qué, porque no tenemos identificado el momento de nuestra muerte-) entra en disputa con los planes de los gobiernos de hacer que las naciones prosperen "comercializando", ¿se nota que no hay una congruencia entre particulares y un "todos juntos"?...
Pongamos un ejemplo.
Hablamos con vehemencia (en esto del ahorro y sus pseudo beneficios) del país más consumista del mundo: EEUU. Hablamos de este país como si fuera la antítesis del slogan "todo lo bueno que nos legará el ahorro (allá, en el bonito futuro)". Sin embargo, esa misma hipotética voracidad por derrochar dólares ha permitido a este país que el dinero pase de mano en mano con mayor rapidez, que haya liquidez (en contra de las promesas de algunos instrumentos de deuda como las tarjetas de crédito, en países como México), y que las fuentes de trabajo sigan siendo.
No todo puede estar tan mal si decidimos no ahorrar, o si lo hacemos torpemente, porque como hice notar un poco atrás, en la intención y en el cómo se maneja el interés en ello, yacería el verdadero beneficio del ahorro: nadie sabe para quién trabaja, al final todo lo ahorrado será disfrutado, en mayor o menor proporción, por un beneficiario, en el supuesto de que el ahorro fue algo planeado, porque también eso tiene que ver con estrategia.
Gente ahorra en todos lados, y eso brinda al ahorrador ciertamente una confianza, es como una póliza de garantía de que las cosas estarán bien cuando estén mal (cuando no haya una fuente de ingreso). El problema es que muchos de nosotros no sabemos conducir (anímica, emocional, y ni en la hoja de cálculo de excel) ese ahorro adecuadamente, y de por medio se van sacrificios mayores que (seamos honestos) en ningún momento serán proporcionales ni a nuestros planes/deseos y ni a la inflación y otros factores económicos, ya no hablemos de tiempo; así que el beneficio que recibiremos en aquel promisorio futuro parece ser sólo un salvavidas de lo que vaya a suceder, algo que se parece a un abrupto y temido cataclismo financiero, porque así nos lo pinta la garra amenazante de ese estímulo por ahorrar, propio o extraño, en virtud del cual decidimos ahorrar.
Visto así, desde luego que el ahorro es más un fenómeno de atesoramiento antes que de inversión, y para quienes no lo sepan, eso significa tener dinero muerto, inservible, el mismo dinero imaginario que tenemos en la cabeza quienes no ahorramos (claro: con el "beneficio" de que el ahorrador podría disponer de él cuando quiera), y en la práctica, eso no aceita el engrane de la economía de una nación, es simplemente tener una "ganancia" en un cofre blindado, como una plantita creciendo en un frasco herméticamente cerrado, que aunque se le permita crecer no se le permite ofrecer oxígeno allende ese perímetro.
Algo que también quería hacer notar con esta entrada es que los términos financieros están tan manoseados que terminan no siendo lo que se supone deberían acuñar, porque el dinero (ahorro) no redunda en liquidez, sino que se vuelve una unidad de medidad para identificar deuda. Así también, el hecho de ahorrar, en lugar de multiplicar beneficios, termina generando especulación con mayor número de variables incidiendo en el porvenir.
Deberíamos replantearnos, nuevamente, cómo concebir el ahorro, así, en la salud que debe preservarse en esa palabra, porque literalmente eso debería ser, con términos, condiciones, e intereses reales que le den la dimensión que hoy por hoy ha dejado de tener.
Habiendo dicho todo esto, no se crea que estoy en contra de ahorrar: los puntos medios siempre son los más difíciles de encontrar, y sin embargo pasamos el tiempo, y gastamos o ahorramos dinero como si eso, el balance entre dinero y tiempo (o placer y desplacer) fueran, en todo ese horizonte de planeación que va del pasado al futuro, lo más evidente y sencillo del mundo. Pero ahorrar por ahorrar, sin un plan en particular, sin una sola característica real de fondo, créase que también lleva consigo una responsabilidad y un conjunto de repercusiones que no suceden de modo aislado y que afectan a terceros, y que tarde o temprano terminan por impactar a quien tenía la intención gentil de ahorrar.
Tampoco debería ser malo que el punto de encuentro en el ir y venir del boomerang, tenga el carácter del hábito, y el estímulo de la compulsión.
Pero antes de responder a la pregunta, quiero decir que yo no puedo quitarme de la cabeza ese sentimiento de culpa por ahorrar: por momentos me siento un avaro con el vagabundo que me pide una moneda en la calle y a quien obviamente no se la doy (porque estoy ahorrando), y en otros instantes me siento mezquino conmigo mismo por elegir manzanas del montón (baratas) en lugar de las orgánicas (un poco más caras), todo por la misma sana intención de ahorrar.
Ahí no para el asunto: todo ese pensar me lleva a hacer juicios y cuentas al respecto: ¿vale la pena comprar comida chatarra hoy, si mañana eso podría acarrearme un problema de salud que, como por arte magia, se llevará mi dinero ahorrado por no comprar ahora lo bueno?... ese asunto también ya se ha planteado, y aunque el supremo Dalai Lama se mofe de nuestras pueriles, bizcas, y torpes intenciones de ahorrar (trabajando, deseablemente), yo diría que sí hay virtud y hasta felicitación en el intento. Nótese que una cualidad ha derivado en un objeto medible.
Pero no es la intención lo que ahora he venido a querer/intentar juzgar, sino el efecto y onda expansiva generados por la acción de ahorrar. Es ahí cuando la primera aseveración (la de que "ahorrar es bueno" -aunque ni el diablo sepa para qué, porque no tenemos identificado el momento de nuestra muerte-) entra en disputa con los planes de los gobiernos de hacer que las naciones prosperen "comercializando", ¿se nota que no hay una congruencia entre particulares y un "todos juntos"?...
Pongamos un ejemplo.
Hablamos con vehemencia (en esto del ahorro y sus pseudo beneficios) del país más consumista del mundo: EEUU. Hablamos de este país como si fuera la antítesis del slogan "todo lo bueno que nos legará el ahorro (allá, en el bonito futuro)". Sin embargo, esa misma hipotética voracidad por derrochar dólares ha permitido a este país que el dinero pase de mano en mano con mayor rapidez, que haya liquidez (en contra de las promesas de algunos instrumentos de deuda como las tarjetas de crédito, en países como México), y que las fuentes de trabajo sigan siendo.
No todo puede estar tan mal si decidimos no ahorrar, o si lo hacemos torpemente, porque como hice notar un poco atrás, en la intención y en el cómo se maneja el interés en ello, yacería el verdadero beneficio del ahorro: nadie sabe para quién trabaja, al final todo lo ahorrado será disfrutado, en mayor o menor proporción, por un beneficiario, en el supuesto de que el ahorro fue algo planeado, porque también eso tiene que ver con estrategia.
Gente ahorra en todos lados, y eso brinda al ahorrador ciertamente una confianza, es como una póliza de garantía de que las cosas estarán bien cuando estén mal (cuando no haya una fuente de ingreso). El problema es que muchos de nosotros no sabemos conducir (anímica, emocional, y ni en la hoja de cálculo de excel) ese ahorro adecuadamente, y de por medio se van sacrificios mayores que (seamos honestos) en ningún momento serán proporcionales ni a nuestros planes/deseos y ni a la inflación y otros factores económicos, ya no hablemos de tiempo; así que el beneficio que recibiremos en aquel promisorio futuro parece ser sólo un salvavidas de lo que vaya a suceder, algo que se parece a un abrupto y temido cataclismo financiero, porque así nos lo pinta la garra amenazante de ese estímulo por ahorrar, propio o extraño, en virtud del cual decidimos ahorrar.
Visto así, desde luego que el ahorro es más un fenómeno de atesoramiento antes que de inversión, y para quienes no lo sepan, eso significa tener dinero muerto, inservible, el mismo dinero imaginario que tenemos en la cabeza quienes no ahorramos (claro: con el "beneficio" de que el ahorrador podría disponer de él cuando quiera), y en la práctica, eso no aceita el engrane de la economía de una nación, es simplemente tener una "ganancia" en un cofre blindado, como una plantita creciendo en un frasco herméticamente cerrado, que aunque se le permita crecer no se le permite ofrecer oxígeno allende ese perímetro.
Algo que también quería hacer notar con esta entrada es que los términos financieros están tan manoseados que terminan no siendo lo que se supone deberían acuñar, porque el dinero (ahorro) no redunda en liquidez, sino que se vuelve una unidad de medidad para identificar deuda. Así también, el hecho de ahorrar, en lugar de multiplicar beneficios, termina generando especulación con mayor número de variables incidiendo en el porvenir.
Deberíamos replantearnos, nuevamente, cómo concebir el ahorro, así, en la salud que debe preservarse en esa palabra, porque literalmente eso debería ser, con términos, condiciones, e intereses reales que le den la dimensión que hoy por hoy ha dejado de tener.
Habiendo dicho todo esto, no se crea que estoy en contra de ahorrar: los puntos medios siempre son los más difíciles de encontrar, y sin embargo pasamos el tiempo, y gastamos o ahorramos dinero como si eso, el balance entre dinero y tiempo (o placer y desplacer) fueran, en todo ese horizonte de planeación que va del pasado al futuro, lo más evidente y sencillo del mundo. Pero ahorrar por ahorrar, sin un plan en particular, sin una sola característica real de fondo, créase que también lleva consigo una responsabilidad y un conjunto de repercusiones que no suceden de modo aislado y que afectan a terceros, y que tarde o temprano terminan por impactar a quien tenía la intención gentil de ahorrar.
Tampoco debería ser malo que el punto de encuentro en el ir y venir del boomerang, tenga el carácter del hábito, y el estímulo de la compulsión.